La gratitud no es sólo un gesto
de cortesía y de buena educación en las relaciones sociales. No consiste sólo
en decir "gracias", de labios para afuera, a quienes nos han hecho un
favor, nos han prestado un buen servicio o han hecho algo por nosotros . La
verdadera gratitud es una virtud humana y cristiana sumamente hermosa, que
brota desde lo más profundo del corazón. Es la respuesta de las personas
nobles ante los beneficios que reciben; reconocen la gratuidad por los
esfuerzos que han tenido los demás y se sienten deudoras, desde el fondo de su
alma, hacia aquellos que les han mostrado su bondad, benevolencia y apoyo.
Están convencidas de que, si las han ayudado, es por la bondad de esas personas
y no porque ellos se lo merecen. Por eso, la gratitud, si es sincera y
auténtica, va siempre acompañada de una grandísima humildad y sencillez
interior, y sólo se da en las almas grandes y generosas. Por eso es tan
admirable encontrarse con una persona verdaderamente agradecida.
Pero, precisamente por eso,
también es una virtud muy rara. Alguien ha dicho que la gratitud es como una
hermosa flor exótica, como el lirio que florece en los pantanos, y que es capaz
de nacer en medio de un muladar. O como esas bellas orquídeas, que brotan en la
soledad de los bosques tropicales.
Nuestro Señor también se
sorprendió ante la ingratitud de los hombres y se maravilló al constatar que
muy pocos saben ser agradecidos. El Evangelio de san lucas nos cuenta la
historia de los diez leprosos que fueron curados por Jesús. De los diez que
recibieron la gracia prodigiosa de su curación, sólo volvió uno a darle las
gracias. "¿No eran diez los curados? -preguntó extrañado nuestro Señor-. Y
los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar
gloria a Dios?". Los otros nueve, que pertenecían al "pueblo
escogido", tal vez consideraron que se les debía aquel favor, y no
supieron reconocerlo como un don gratuito de parte de Jesús. O fue tan grande
su despiste y su descuido que no se acordaron luego de venir a dar las gracias,
como aquel samaritano.
Una persona orgullosa o
autosuficiente es incapaz de estos gestos de reconocimiento. Sólo quien se
siente indigno de tan gran beneficio, puede también sentirse deudor, y dar
gracias a Dios por tamaña bondad y misericordia.
¡Cuántas veces sucede que, en vez
de darle gracias a Dios por lo que tenemos, nos quejamos por aquello de
lo que carecemos! O, en lugar de sentirnos inmensamente felices por lo que nos
regala, nos quejamos amargamente porque debería concedernos también otras
cosas.
Seguramente no actuamos así por
malicia. Lo que pasa es que somos a veces tan descuidados en nuestro trato con
Dios que, en vez de valorar y de agradecer sus dones, nos comportamos como
hijos caprichosos, pensando que todo se nos debe por nuestra cara bonita y por
eso no somos agradecidos con Dios nuestro Señor y con todas aquellas
personas que nos hacen algún favor."Todo es gracia" -nos dice san
Pablo- y no se debe nada a nuestros méritos. Si Dios nos diera sólo aquello que
se nos debe en justicia, seríamos unos pobres desgraciados y unos pordioseros
toda la vida.
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