- No me mientas, paje. He mandado a cortar cabezas por ofensas menores que
una mentira.
- No le miento, Alteza, no guardo ningún secreto.
- ¿Por qué estás siempre alegre y feliz? Eh, ¿porqué?
- Majestad, no tengo razones para estar triste. Su Alteza me honra
permitiéndome atenderlo. Tengo mi esposa y mis hijos viviendo en la casa que
la Corte nos ha asignado, somos vestidos y alimentados y además, su Alteza me
premia de vez en cuando con algunas monedas para darnos algunos gustos, ¿Cómo
no estar feliz?
- Si no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar - dijo el rey. Nadie
puede ser feliz por esas razones que has dado.
- Pero, Majestad, no hay secreto. Nada me gustaría más que
complacerlo, pero no hay nada que yo esté ocultando...
- ¡Vete, vete antes de que llame al verdugo!
El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación. El rey
estaba como loco. No consiguió explicarse como el paje estaba feliz viviendo
de prestado, usando ropa usada y alimentándose de las sobras de los
cortesanos.
Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le contó su
conversación de la mañana.
- ¿Porqué él es feliz?
- Ah, Majestad, lo que sucede es que él esta fuera del círculo.
- ¿Fuera del círculo?
- Así es.
- ¿Y eso es lo que lo hace feliz?
- No Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz.
- A ver si entiendo, estar en el círculo te hace infeliz.
- Así es.
- ¿Y cómo salió?
- Nunca entró
- ¿Qué círculo es ese?
- El círculo del 99.
- Verdaderamente, no te entiendo nada.
- La única manera para que entendieras, sería mostrártelo en los hechos.
- ¿Cómo?
- Haciendo entrar a tu paje en el círculo.
- Eso, obliguémoslo a entrar.
- No, Alteza, nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo.
- Entonces habrá que engañarlo.
- No hace falta, Su Majestad. Si le damos la oportunidad, él entrará solito.
- ¿Solito? ¿Pero él no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?
- Si se dará cuenta.
- ¡Entonces no entrará!
- No lo podrá evitar.
- ¿Dices que él se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en ese
ridículo círculo, y de todos modos entrará en él y no podrá salir?
- Tal cual Majestad; ¿está dispuesto a perder un excelente sirviente para
poder entender la estructura del círculo?
- Sí.
- Bien, esta noche te pasaré a buscar. Debes tener preparada una bolsa de
cuero con 99 monedas de oro, ni una más ni una menos.
- ¡99! ¿Qué más? ¿Llevo los guardias por si acaso?
- Nada más que la bolsa de cuero. Majestad, hasta la noche..
Así fue. Esa noche, el sabio pasó a buscar al rey. Juntos se escurrieron
hasta los patios del palacio y se ocultaron, junto a la casa del paje.
Allí esperaron el alba. Cuando dentro de la casa se encendió la primera vela,
el hombre sabio agarró la bolsa y le pinchó un papel que decía: "Este
tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no cuentes
a nadie como lo encontraste."
Cuando el paje salió, el sabio y el rey espiaban, para ver lo que sucedía. El
sirviente vio la bolsa, leyó el papel, agitó la bolsa y al escuchar sonido
metálico se estremeció, apretó la bolsa contra el pecho, miró hacia todos
lados y cerró la puerta.
El rey y el sabio se arrimaron a la ventana para ver la escena. El sirviente
había tirado todo lo que había sobre la mesa y dejado sólo la vela. Se había
sentado y había vaciado el contenido en la mesa. Sus ojos no podían creer lo
que veían. ¡Era una montaña de monedas de oro! Él, que nunca había tocado una
de estas monedas, tenía hoy una montaña de ellas para él.
El paje las tocaba y amontonaba, las acariciaba y hacia brillar la luz de la
vela sobre ellas. Las juntaba y desparramaba, hacía pilas de monedas. Así,
jugando y jugando empezó a hacer pilas de 10 monedas. Una pila de diez, dos
pilas de diez, tres pilas, cuatro, cinco... y mientras sumaba 10, 20,30, 40,
50, 60... hasta que formó la última pila: ¡¡99 monedas!!. Su mirada recorrió
la mesa primero, buscando una moneda más; luego en el piso y finalmente en la
bolsa.
"No puede ser", pensó. Puso la última pila al lado de las otras y
confirmó que era mas baja.
- Me robaron -gritó- ¡¡me robaron, malditos!!
Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, en sus ropas, sus
bolsillos, corrió los muebles, pero no encontró lo que buscaba. Sobre la
mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que
había 99 monedas de oro... sólo 99.
- "99 monedas. Es mucho dinero", pensó. - "Pero me falta una
moneda. Noventa y nueve no es un número completo" -pensaba- "Cien
es un número completo pero noventa y nueve, no."
El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del paje ya no era la
misma, estaba con el ceño fruncido y los rasgos tiesos, los ojos se habían
vuelto pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible rictus. El
sirviente guardó las monedas en la bolsa y mirando para todos lados para ver
si alguien de la casa lo veía, escondió la bolsa entre la leña.
Tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos.
¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar el sirviente para comprar su moneda número
cien?. Todo el tiempo hablaba solo, en voz alta. Estaba dispuesto a trabajar
duro hasta conseguirla. Después, quizás no necesitara trabajar más. Con cien
monedas de oro, un hombre puede dejar de trabajar. Con cien monedas de oro un
hombre es rico. Con cien monedas se puede vivir tranquilo. Sacó el cálculo.
Si trabajaba y ahorraba su salario y algún dinero extra que recibía, en once
o doce años juntaría lo necesario.
Sacó las cuentas: sumando su trabajo en el pueblo y el de su esposa, en siete
años reuniría el dinero. ¡Era demasiado tiempo! Quizás pudiera llevar al
pueblo lo que quedaba de comidas todas las noches y venderlo por unas
monedas. De hecho, cuanto menos comieran, más comida habría para vender.
Vender... Vender... Estaba haciendo calor. ¿Para qué tanta ropa de invierno,
para qué mas de un par de zapatos? Era un sacrificio, pero en cuatro años de
sacrificios llegaría a su moneda cien.
El rey y el sabio volvieron al palacio. El paje había entrado en el círculo
del 99.
Durante los siguientes meses, el sirviente siguió sus planes tal como se le
ocurrieron aquella noche. Una mañana, el paje entró a la alcoba real
golpeando las puertas, refunfuñando de pocas pulgas.
- ¿Qué te pasa?- preguntó el rey de buen modo.
- Nada me pasa, nada me pasa.
- Antes, no hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo.
- Hago mi trabajo, ¿no? ¿Que querría su Alteza, que fuera su bufón y su
juglar también?
No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente. No era agradable
tener un paje que estuviera siempre de mal humor.
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